La educación sensible y la Internet.

domingo, 12 de agosto de 2018



Si tú no educas desde tu propia sensibilidad, si no afinas cada día, a cada instante, todos tus instrumentos sensibles, que son las verdaderas herramientas del arte y de la poesía, jamás las ideas ni los conceptos de los eunucos que nada comprenden con el corazón, y por eso teorizan a troche y moche, porque no se sienten ni siquiera a sí mismos, ni a sí otros, y se prostituyen al mundo y sus intercambios mercantiles, convirtiendo el arte y a los artistas, así como a sus propios educandos, en viles mercancías para su tráfico estético y sin ética.
Si tú no formas y desarmas las formas de tu propia formación, si tú no amas a quienes supuestamente estás enseñando con un amor riguroso y exigente, que conoce la tradición de la ruptura y la ruptura de la tradición, y la enseña con honestidad, sin excluir con perverso maquiavelismo el quehacer de los clásicos, enseñándoles, con evidente mala leche a tus alumnos, futura competencia en el mercado capitalista, que la rima ya no se usa, que el dibujo clásico pasó de moda, cuando todo el que ha trajinado con el arte y la poesía sabe que son reinos donde nada se excluye, donde todo se incluye.
Si tú no das la vida y entregas todas las energías vitales, y el alma misma, por educarte y educar a otros en la sensible percepción de las cosas y los seres, entonces no eres más que otro impostor en la cultura de la simulación y el engaño, un cómplice dos veces culpable por cuanto estás más informado que la mayoría de todas las atrocidades e injusticias que se cometen en esta sociedad inhumana en nombre de la palabra cultura. Entonces no sólo estás en el infierno, colaboras con él.
He aquí una época atrevida, irrespetuosa, invasora: de la Ciudad Industrial, ya en sí misma un infierno, hemos llegado, en doscientos años de historia de Occidente, a la Ciudad Cibernética, en la cual son violados cotidianamente los más elementales derechos humanos y constitucionales, como el derecho de elegir qué quiero ver y qué no quiero ver, qué quiero escuchar y qué no quiero escuchar; el sagrado espacio del individuo es ultrajado a cada instante por los mensajes audiovisuales: fotografías, imágenes, sonidos que te lanzan encima de tu aparato perceptivo como si tal cosa, como si tú no tuvieras el derecho de decidir acerca de ellos. Internet decide por ti.
Y no estoy hablando de la tonta discusión sobre si la tecnología es buena o es mala. De lo que se trata es de qué hacemos con ella, para qué la utilizamos, en otras palabras, lo que en lenguaje filosófico se conoce como Teleología: el reino de las causas finales, el para qué de las cosas. Y en un sistema capitalista avanzado la tecnología se utiliza para la alienación, para la paulatina pérdida de los valores humanos en aras del marketing, la producción, la competitividad y la obsesión generalizada por convertirlo todo y a todos en mercancías. Internet nos uniforma, nos da una sola forma.
Por eso, reivindicar otros lenguajes es luchar contra el monstruo al interior de sus mismas entrañas. Si la Internet se atribuye el derecho de bombardearme el día entero con sus mensajes alienantes, yo me atribuyo el derecho de responder con mensajes humanizantes. ¿Que no consigo nada con ello? Claro que sí: consigo la supervivencia del individuo, del ser de mi ser, y del tuyo, lector. Así me presto un servicio a mí mismo y a los demás. Sirvo al paraíso de nuestra aplazada humanidad.

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